Buscar este blog

Julio Garmendia: El Cuarto de los Duendes

El Cuarto de los Duendes


Cayó del techo y comenzó a danzar en los rincones del cuarto. Su talla minúscula, su figurilla grotesca, sus extraños movimientos no me dejaban duda acerca de quién era.

—He aquí realizado un sueño que acaricio de largo tiempo atrás. Me encuentro esta noche, por primera vez de muchos años de ausencia, en la casa donde transcurrieron los días de mi infancia, en el mismo cuarto de los duendes donde, al caer la noche, caían los duendes del techo. Nada más que a revivir cosas pretéritas he venido hasta aquí, a evocar aquellos fantasmas, aquellas vislumbres, aquellas apariencias que entonces tuvieron en mi espíritu la fuerza de grandes realidades. ¡Te doy las gracias, pequeño duende que ahora te ocultas entre los pliegues de las cortinas raídas, porque bajas esta noche a mi presencia, te muestras a mis ojos y danzas en mi obsequio! No sé si te defraudo porque te haya perdido el miedo que antaño me inspiraste y te pido perdón si ya no huyo al entrever tu personilla. Eres ahora nada más que objeto de mi curiosidad, de mi recuerdo, y de mi simpatía. La poderosa ilusión, el terrible miedo, el oscuro estremecimiento, ya no se apoderan de mí; la razón ha suplantado a los ingenuos impulsos del ayer; la vida y el tiempo destruyeron las candorosas creencias infantiles; y me siento cambiado, indiferente e incapaz del gran miedo o la grande alegría que solía sentir!

Me acerqué al duendecillo con intención de acariciarlo como a un niño.

—A pesar de todos los sustos que me diste, hoy quiero ser tu amigo, duendecillo encantador que sabes el arte de caer de los techos sin hacerte el menor daño! Se escurrió por entre mis piernas, al mismo tiempo que caían del techo innumerables duendecillos semejantes a él. Ágiles, inquietos, diminutos, de figurillas absurdas y raras, de fisonomías imposibles de fijar, agitándose siempre con movimientos rítmicos a la vez que disparatados, acabaron por tomarse de las manos y encerrarme dentro de un círculo movible, danzando en torno mío.

—¡He venido justamente a reconciliarme con vosotros, estoy encantado del buen recibimiento que me hacéis, y ya no os guardo rencor!

Parecían no escuchar mis palabras, a las que no prestaban más atención que a un ruido inexpresivo. Sus círculos se hacían más numerosos, rápidos y confusos.

—¡Qué buena voluntad ponéis todavía en vuestro oficio!

Fui conducido al través de la casa. En todas partes pululaban los mismos seres minúsculos; gesticulaban delante de los espejos, de los retratos de familia y de las imágenes de los santos; en el piano ejecutaban un aire apresurado; salían en tropel del fondo de los armarios viejos; en la despensa misma...

—¿De qué os alimentáis, duendecillos? No sé con qué podéis nutriros en esta despensa de donde ya no veo huir un ratón. Seguramente os los habéis comido. Los ratones son para vosotros cochinillos. ¿Y vuestras gallinas? ¡Las reemplazáis, sin duda, por gordas y apetitosas arañas!

Pero, en el comedor, otros duendes sentábanse a la mesa y comían no sé qué, terroncillos, creo, puestos en platos relucientes. Circularon copas.

—¡A vuestra salud!

Bebimos, y este buen trago del licor de los duendes me inspiró una idea.

—Aguardad mientras busco una botella con que quiero obsequiaros. Es un licor menos rico que el vuestro, pero os lo ofrezco con gusto.

Corrí a buscar la botella... Dónde está? Dónde la he dejado hace poco, un minuto apenas tal vez?... Héla aquí, y he aquí también la copa que no sé ya cuántas veces he llenado esta noche! Al cabo, pierdo siempre la cuenta... Pero... ¡Ah! mi asombro es inmenso y la botella cae de mis manos; me restriego los ojos, paso una mano fría por la frente, echo hacia atrás los cabellos en desorden: nada de esto es eficaz en este caso para destruir lo que veo; y de las cajas, los baúles, las valijas que he traído conmigo desde los países extranjeros, desde las grandes ciudades, desde los centros del mundo; de aquellas cajas repletas de libros de ciencia, de crítica y filosofía. De los papeles de negocio; de las cartas de amigos; de las fotografía de una mujer inolvidable, de los horarios de ferrocarril, los itinerarios de navegación y las hojas de los periódicos, del frasco de Agua de Colonia y del jabón de afeitar, de los zapatos de goma y de la raqueta de tennis empezaron también a salir duendecillos, ágiles, inquietos, diminutos, de figurillas no menos absurdas y raras, de fisonomías asimismo imposibles de fijar, y saltando a mi alrededor con movimientos igualmente rítmicos y disparatados, en una danza agitada y unos círculos rápidos... ¡Ah!... Pero ya en el cuarto penetraban los primeros clamores del alba, y a medida que pasaban en tropel delante de mis ojos, gesticulando y agitándose sin tregua, los duendecillos se deshacían en el aire unos tras otros, como pequeños cuerpos irreales, vaporosos e inconsistentes...


Fin





  • Autor: Julio Garmendia.
  • Titulo original: El Cuarto de los Duendes.
  • País: Venezuela.
  • Año: 1927.
  • Género: Cuento Fantástico.
  • Arte: Fernando Moliniari.